Autor: Makarena Soto Rodríguez
Ciudad: Santiago
Título: «Soldados en Pandemia»
Premio: Mención Honrosa
SOLDADOS EN PANDEMIA.
Era la última semana de febrero, cuando viajaba con mi familia de vuelta a Santiago a trabajar. Tuvimos un hermoso verano de vacaciones en el norte del país: sol, playa, arena, piel bronceada, y lejos de los ruidos de los tacos y la vida acelerada del resto del año.
Soy reponedora en un supermercado, ofrezco servicios como marca externa, lo que hoy en día significa casi ser un soldado que va a la guerra. Mi trabajo no queda tan lejos, pero la locomoción en estas fechas cada vez cuesta más para llegar a cualquier parte. La gente vuelve a su rutina: los niños al colegio, los más afortunados a estudiar, y otros al trabajo.
Suena la alarma. Son las 05:00 de la mañana de un día de marzo. Me visto y trato de salir tan temprano como pueda de mi casa para ir a trabajar. Mi perrito Kuki me escucha y corre a darme los buenos días. Siempre se pone tan feliz de verme. Trato de hacer el menor ruido posible, para no despertar a mi hija Teresa. Cuando llega este tiempo, la veo poco durante el día entre sus clases en el colegio, y sus clases de baile durante la tarde. Le acomodo su ropa y le doy un beso antes de salir, al igual que a mi esposo Martin; él es profesor en el colegio de mi hija, así que la lleva a clases, le ayuda con sus tareas, y la acompaña la mayor parte del día. Antes de salir, dejo a Kuki en el antejardín, le hago cariño un momento y me voy a trabajar.
Miro la hora y son las 06:30 am. Si alcanzo la micro a tiempo, puedo tomar el metro sin que vaya tan lleno, y llegar a buena hora a mi trabajo.
Durante todo este año se ha escuchado en las noticias hablar sobre una enfermedad muy rara y muy nueva: COVID-19 o CORONAVIRUS. Sus síntomas son similares a un resfriado común, pero puede llegar a ser mortal en algunas personas; y con la cantidad de información que se entrega en todos los medios, más las redes sociales, en vez de dar claridad, deja más dudas que certezas.
Vuelvo a casa durante la tarde, y me esperan mi hija y mi marido, y antes de que pueda decir hola aparece Kuki corriendo con una de mis pantuflas en la boca y la deja en mis pies. Tomamos once, conversamos sobre cómo nos fue en el día, y de fondo escuchamos las noticias en la televisión de la sala. De pronto una información de último minuto detiene lo que estaban hablando unos periodistas en la pantalla: a raíz de la situación actual de salud a nivel mundial, se declara estado de excepción a nivel nacional, y cuarentena en todo el territorio nacional. Ninguno en casa entiende nada, y nuestras caras de seriedad ponen nerviosa y asusta a teresa. Kuki lo nota y se le acerca para calmarla.
Se cancelan la asistencia a clases, las reuniones de todo tipo, ningún trabajo que sea estrictamente indispensable (como hospitales, policías, bomberos, o centros de abastecimientos de alimentos como supermercados, o negocios de barrio atendidos por sus propios dueños, bencineras, entre otros). Se prohíbe salir a cualquier lugar fuera de la casa, sin un permiso entregado por carabineros. Se prohíbe transitar por la vía publica sin el uso de una mascarilla que cubra la nariz y la boca. Se recomienda el uso de guantes, alcohol gel, y evitar tanto como sea posible el contacto físico con otras personas, como saludar con un beso en la boca o en la cara, y darse la mano, o un abrazo. Todo esto era muy confuso, y generaba inquietud. Una vez que tuvimos todo más claro, tuvimos que volver a reorganizar nuestras vidas, y nuestro día a día: al salir de la casa, habría que usar guantes de látex y mascarilla que cubriera las áreas para respirar, todo lo que entrara a la casa tendría que ser sanitizado, incluido zapatos y ropa. Lavarnos la cara y las manos cada vez que volviéramos a la casa. Lo más triste: no podríamos salir al parque a pasea a Kuki durante las tardes. Teresa no podría salir a jugar en su columpio rojo favorito, y con Martin ya no podríamos salir a hacer ejercicio. Martin tendría que preparar sus clases para entregar las tareas a los niños por internet, y sus alumnos son en la mayoría niños pequeños, que hace poco habían aprendido a leer y escribir. Pero por lejos, lo que más nos dolía era que Teresa ya no podría asistir a sus clases en el colegio, ni mucho menos a sus clases de baile, que era lo que más amaba, y además le ayuda con sus problemas de ansiedad.
Todo lo que conocíamos, toda nuestra rutina, nuestra forma de vida, nuestro día a día, todo iba a cambiar por completo. Tendríamos que dejar una parte de nosotros de lado, por nuestra propia seguridad. No sabíamos por cuanto tiempo tampoco.
Yo por otra parte, no dejaba de escribirle y llamar a mi jefe, para saber que pasara conmigo y mi trabajo: que hare para ir a trabajar, ¿Cómo lo haré? ¿Me darán algún documento para salir a trabajar, alguna credencial? con respecto a lo que tiene que ver con el lugar de trabajo, ¿nos pasaran mascarillas, o alcohol gel, o guantes? ¿Tendremos algún horario especial para asistir a los lugares de trabajo?
Los primeros días era todo un caos: todo el mundo nos decía que teníamos que esperar que la empresa se comunicara con nosotros. El grupo de sindicato a donde pertenezco, y sus dirigentes insistían por nosotros para que nuestros empleadores nos respaldaran, llamadas, correos, reuniones, mensajes de ida y vuelta. Los locales en donde prestábamos servicios, nos brindaban apoyo en la medida de lo posible. Por otro lado, cada día que pasaba en el trabajo, el trato con los clientes se volvía más difícil: primero la gente se abalanzo a comprar en cantidades industriales de mercadería, papel higiénico, cloro, jabón, aerosol desinfectante, arroz, azúcar, harina, fideos, leche, huevos… de todo. Si no encontraban lo que ellos buscaban, se irritaban y nos trataban de manera agresiva. Muchas veces hubo gritos, improperios, garabatos. Lo más desagradable era que, al momento de acercarse a preguntar algo, se quitaban la mascarilla, y eso inquietaba a cualquiera, ante la incertidumbre de no saber si quien te habla y se te acerca está o no contagiada, si al tocarte te puede transmitir el virus, si alguien se acerca demasiado, teníamos que retroceder, o poner el brazo por delante para marcar cierto espacio de distancia. Y aun pese a ello, no han faltado aquellos que no han respetado a su entorno; no faltaba quien andaba con su mascarilla mal puesta, salía a comprar con toda su familia, casi usando la excusa de salir a comprar para sacar a la gente de paseo, a los niños, a los ancianos, a los bebes… eso o se quitan la mascarilla para estornudar, sin cuidar para nada ninguno de los protocolos entregados por el gobierno y el personal de salud.
Sumado a todo eso, el uso de la mascarilla, es terrible: los elásticos causan daño detrás de las orejas y el roce causa heridas detrás de las orejas, y duele, la falta de costumbre ahoga y hace que cueste respirar, sin mencionar el hecho de que el sudor por la respiración hace que pique la cara. Por otro lado, las manos se resecan y se rasga en los pliegues de la piel entre los dedos, y arde cuando uno se pone alcohol gel en las manos. Los guantes hacen que las manos transpiren más de lo usual (da igual si hace frio o calor) … y todo esto se acentúa con el paso de los días.
Pasan las semanas, y se acerca la fecha más importante del año para mí: en mayo es el cumpleaños de mi amada teresa. Cumple 8 años. Coincide con uno de los días que más trabajo tengo en la semana, pero lo conversamos con ella y Martín, y estuvimos de acuerdo en celebrar su cumpleaños entre los 4, incluido Kuki. Ella entendió que no podía tener invitados, y lo más sorprendente fue su respuesta: “no importa, mientras tenga a mis personas favoritas conmigo, y Kuki, yo soy feliz” nos dio un beso a cada uno, y se fue bailando a su pieza.
Me apresure para terminar y salir a tiempo, compre una torta de piñas (su favorita), y todo para decorar la casa. Cuando estaba de camino a la caja a pagar, me llega un mensaje de Martín: “Dice que quiere que le hagas galletas, es lo único que quiere de regalo. Cuídate mucho al regreso. Te amo. Pd: Kuki se comió tus pantuflas de nuevo”. Como no podemos sacarlo a pasear, Kuki esta estresado, y como no me ve en todo el día, se come mis pantuflas porque me extraña. Y ya es el tercer par que se come. Teresa juega con él y bailan juntos gran parte del día. Hago las compras (incluidas mis pantuflas) y me voy a casa tan rápido como me es posible. Al salir del metro, tengo que pasar por un punto de fiscalización, donde revisan mi documentación, me toman la temperatura y todo lo necesario con la cadena de salubridad. La persona a cargo, es un joven estudiante de medicina, es un chico simpático y muy amable, que se preocupa de que todo esté en orden para que la gente pueda volver segura a su casa. Mi temperatura era normal y mi documentación estaba toda en regla, así que podía volver a salvo a celebrar con mi hija y mi marido a casa.
Llegando a casa, hay todo un protocolo: llego o al abrir la puerta me saco los zapatos y los limpio con un paño con cloro, en lo que hago eso, Kuki llega con mi pantufla a medio morder corriendo a la puerta, y salta de felicidad. Mi marido me recibe las compras del día y entrega una bolsa donde dejo mi ropa del día para irme a bañar, mientras él pone mi ropa a lavar. Mientras me baño, Martín prepara todo para tomar once, y teresa le ayuda, o al menos lo intenta mientras baila con Kuki en la sala. Celebramos tan bien como pudimos, le cantamos, ella bailo, le prepare sus galletas que tanto quería: cuando las vio salir del horno no paraba de saltar de felicidad. Comió un par, y la acosté. Me quede con ella hasta que se durmió. Le di un beso en su frente, acomodé su ropa y salí para que pudiera descansar.
Siempre que la niña se duerme, con Martín compartimos un café y conversamos sobre nuestro día, nos contamos como nos sentimos, nuestros miedos y dudas, las cosas que nos confunden, entre otras cosas. Las lágrimas caen hasta que no quedan más. Se termina el café y con ello el día. Nos vamos dormir.
Pasan los días, las semanas, los meses, y pese a los vaivenes, salimos adelante. Crecen los miedos, al igual que el número de contagios, y con ello también los fallecidos. Con la cantidad de información circulando por todos lados, tomamos la decisión de que teresa no viera televisión o redes sociales dentro de lo posible, y en vez de molestarse, la niña solo le sonrió a su papa y le dijo: “genial, más tiempo para bailar” mostro una sonrisa y se fue a seguir con sus cosas. Cuando Martín me dijo lo que Teresa le respondió, solo podía pensar “que hice para merecer una hija tan bella”.
Por otro lado, en el trabajo se vuelve cada día más difícil cumplir: mientras más tiempo pasan en cuarentena, la gente sale a comprar cada vez más irritada, más nos faltan el respeto, más nos pasan a llevar, y las palabras que usan no son referentes a nuestro desempeño en el trabajo, sino que son ofensas personales. Más de alguno en el trabajo, en más de una ocasión, ha explotado en llanto, por el estrés, por miedo, porque alguno tiene algún familiar enfermo, o con problemas, y con la forma de vida que llevamos en estos días, todo lo que podríamos sobrellevar de nuestra vida personal, se exacerba y sale a flote.
Un día nos pusimos de acuerdo para reunirnos fuera del horario de trabajo, y conversar sobre cómo nos sentimos en estos días con todo lo que estábamos viviendo hasta ese momento cada uno como persona. Nadie estaba obligado, sin embargo, todos quisieron participar. Compañeros internos y externos. Fue una instancia súper emotiva y liberadora. Supimos de quienes perdieron a algún ser querido, supimos de los problemas que podían tener cada uno en nuestros hogares, como nos sentíamos cada vez que teníamos que salir de la casa a trabajar, como nos hacía sentir el trato con el resto del mundo. Decidimos apoyarnos tanto como fuera posible entre nosotros como compañeros, a fin de cuentas, compartimos más entre colegas de labores, incluso más que con nuestras familias. Mientras iba de vuelta a mi casa, solo podía pensar en que me siento muy afortunada de tener la familia que tengo, pese al caos en el que se ve sumergido el mundo de hoy.
Volví a casa como a diario, pero no vi al joven fiscalizador, cuando pregunté por el me dijeron que se sentía enfermo, así que lo enviaron a realizarse exámenes para descartar que se hubiera contagiado de coronavirus. Espero que este bien de salud. Inevitablemente te encariñas con la gente con al que tratas a diario, y él fue uno de ellos.
Llegue a casa y como siempre, la misma rutina: los zapatos, Kuki con mi par nuevo de pantuflas mordisqueado, mi marido ayudándome con mi ropa, y mi hija bailando en la sala.
Llega la primavera, y por suerte los casos en donde vivimos han disminuido, y con ello las restricciones. Ya se puede salir a los parques sin tener que pedir un permiso a las policías, ya podemos sacar de paseo a Kuki, así que ya no se come mis pantuflas. Teresa aun no puede volver a sus clases de baile ni en el colegio, pero es feliz bailando con vestidos diferentes todos los días, aunque aún hay que usar mascarillas al salir de la casa, cuidar lo que llevamos de vuelta a la casa, y el alcohol gel se volvió costumbre. La mejor parte de todo eso: las mariposas vuelven a volar por los parques floreados, y espero que todo esto acabe, y con ello, saquemos las mejores lecciones de todo lo vivido durante este año.
Reseña de la autora:
Makarena de 27 años, nació en las tierras de Taltal en la Segunda Región. Llegó a Santiago en busca de trabajo y estudio.
Es socia del Sindicato Complementos Chile desde el año 2018 y se decidió por enviar su cuento al concurso porque es una convencida de que la mejor manera de educarse es a través de la lectura.
Nos cuenta que «los libros no mienten, la historia no miente, las personas sí»